Sale de Santiago Tianguistenco hacia la Capital de la Nueva España…
XALATLACO
Denominación: Xalatlaco
Toponimia
Xalatlaco proviene del náhuatl Xalatlauhco: xal, de xalli, "arena"; atlauh, de atlauhtli, "barranca". En este término se encuentra implícita la palabra atl, que significa "agua"; co, "en", sobre, "lugar de". “En la barranca de "agua" y arena”, “Lugar de agua sobre la arena en la barranca”.
En el centro de la población existe una barranca (hoy urbanizada), donde existen varios manantiales donde a simple vista se aprecia la emanación del agua sobre la arena. Este fenómeno maravilloso de la naturaleza la interpreta el Códice Ozuna.
Glifo
Desde el inicio de la Independencia encabezada por el padre de la patria Don Miguel Hidalgo, en el pueblo de Dolores, éste emprende recorridos por el territorio mexicano enarbolando la bandera de la libertad... Del pueblo de Dolores se traslada a San Miguel el Grande, Guanajuato... Ixtlahuaca, Toluca, Tianguistenco, Xalatlaco y de aquí al Monte de las Cruces. Este recorrido de luchas armadas se conoce en la historia, como “La ruta de Hidalgo”.
1810 | El 30 de octubre, pasa por Xalatlaco el padre Hidalgo rumbo al Monte de las Cruces. |
OCOYOACAC
Denominación: Ocoyoacac
Toponimia
Los otomíes denominaban en su dialecto al sitio de su asentamiento: N’ dotí, “lugar donde hay un pozo”, los náhuas denominaban al sitio Tlalcozpan, “sobre la tierra amarilla”; a la llegada de los españoles la palabra fue modificada por Tlascopa, corrupción de la original.
Durante la conquista del Valle del Matlatzinco por el tlatoani tenochca Axayácatl, denominó al sitio Ocoyacac, de la raíz ocotl, “ocote”; yacatl, “principio, punta o nariz”, y c, corrupción de co, “lugar”.
Ocoyacac, nombre náhuatl que significa “en la nariz del ocoquahuitl u ococuahuitl”, o simplemente “en la nariz del ocotal”; ocotl significa “tea, raja o astilla de pino y ocote para alumbrar la noche”; yácatl, “nariz” y co, “en”. “Donde principian los ocotes o pinos” (Gutiérrez Arzaluz).
A través del tiempo el nombre correcto Ocoyacac quedó escrito en los primeros documentos novohispanos: Títulos Primordiales de San Martín Ocoyacac (1521), Códice de San Martín Techialoyan (1534), que incluye al Códice de San Martín Ocoyacac, y también en el Libro de Tierras de Seller. Existe una lámina a colores en papel grueso de maguey de 25 x 30 cm, hecho por mexicanos y que está integrado al Códice García Granados; la lámina N°10 del Códice Mendoza (1535-1550), que abarca el período de 1325 a 1521.al Códice Osuna también se encuentran dos pueblos de Ocoyacac: Atlauhpolco (Atlapulco) y Quauhpanoayan (Cuapanoaya).
Todos los documentos se refieren al pueblo prehispánico de Ocoyacac, que se localizaba en una saliente del monte boscoso del paraje de Zacaxitlatzco, “donde se acumula el zacate”, o “donde se hacen mogotes de zacate”, en la meseta de Tlaxomulco, “donde la tierra hace un recodo”.
Después de la conquista española del Valle del Matlatzinco, Hernán Cortés nombró a su coligado, el cacique de Ocoyacac, con el nombre de Martín Chimaltécatl, y le dio el título de gobernador y fundador de su pueblo, con la responsabilidad de construir un templo en honor de San Martín Obispo, y nombró al pueblo recién fundado: San Martín Ocoyacac.
Durante la evangelización, el nombre del pueblo Ocoyacac, por corrupción, se convirtió en San Martín Ocoyoacac. Así Ocoyoacac, es el nombre que ostenta la municipalidad y que se emplea en esta síntesis monográfica.
Glifo
Con base en la toponimia náhuatl, el jeroglífico oficial de Ocoyoacac fue tomado del registrado en la lámina N°10 del Códice Mendoza. Es un glifo en forma de árbol de ocote con una rama en la parte alta y debajo de ella dos frutos; un poco más abajo están dos ramas en forma de cruz o brazos abiertos; detrás del tronco principal y viendo hacia la izquierda asoma parte de un rostro humano del que sólo se percibe la nariz y el labio superior; y en la base del tronco se representa el agua, porque Ocoyoacac estaba cerca de la laguna.
1810.- Octubre 30, en los terrenos de La Marquesa (frente a la fábrica de aguardiente) tuvo efecto de la gloriosa batalla insurgente del monte de Las Cruces entre Miguel Hidalgo y español Torcuato Trujillo.
1810-1830 | Hidalgo combate a Trujillo en el Monte de Las Cruces. |
“…El día 27 de octubre Trujillo salió de Toluca con el propósito de hacer un reconocimiento por la anchurosa y árida cañada de Ixtlahuaca; pero á las siete de la noche se encontró con los fugitivos de un fuerte destacamento que situado por su orden en el puente de Don Bernabé, sobre el río de Lerma, y equidistante de Toluca é Ixtlahuaca, había sido dispersado por los independientes. Convencido de la aproximación del numeroso ejército de Hidalgo y no considerándose seguro en Toluca, contramarchó violentamente, evacuó esta ciudad y se retiró á Lerma, tomando posición en la orilla del río que lleva este nombre, disponiendo que se abriese una cortadura en la calzada que va de Toluca y que se levantase una fuerte trinchera para sostener con escaso número de tropas el puente que colocado á la entrada de la población da paso sobre el río.
En esta actitud permanecieron los realistas durante todo el día 28, esperando ser atacados de un momento á otro por la calzada de Toluca, pero al siguiente, 29, Trujillo, advertido por el cura Viana, de Lerma, de que los insurgentes pudieran dirigirse por el puente de Atengo, situado al sur de esta ciudad, para cortarle la retirada, empezó á concebir serios temores por la seguridad de su nueva posición. Destacó entonces algunas tropas para defender aquel punto, y previno al subdelegado de Santiago Tianguistengo, pueblo cercano al puente, que cortase éste á fin de impedir el paso al enemigo. Pero las órdenes de Trujillo no se ejecutaron con puntualidad: su destacamento fué arrollado, y una fuerte división del ejército independiente se desbordó impetuosa por el fuerte de Atengo con el intento de seguir avanzando por el camino que de Santiago Tianguistengo conduce á Cuajimalpa y de envolver por la espalda á los realistas.
Hidalgo, en efecto, había ocupado con su ejército á Toluca el 28 de octubre y concertado con Allende el plan de ataque que principió á realizarse el 29. En tanto que el segundo ocupaba el puente de Atengo, arrollaba al destacamento de realistas y avanzaba por el camino de Santiago, al sur de Lerma, gruesas bandas del ejército independiente llamaban la atención de Trujillo atacando el puente de aquella ciudad defendido por el mayor Mendívil.
Sabedor el jefe de la división realista del paso de Allende por el puente de Atengo, comprendió inmediatamente el peligro en que se hallaba, y acto continuo dispuso retirarse al Monte de las Cruces, á fin de ocupar antes que los independientes las posiciones que le aseguraban su retirada á la capital. Para sostener su marcha retrógrada dejó en el puente de Lerma á un batallón de Tres-Villas y algunos dragones de España al mando de Mendívil, y él , á la cabeza del grueso de sus tropas, salió violentamente á las cinco de la tarde é hizo alto cuatro horas después en el Monte de las Cruces, tomando posición en una pequeña eminencia de no muy amplia superficie, donde el camino real hace una curva, y á corta distancia de un caserío, cuyas ruinas se conservan aún. Los destacamentos que dejó para que protegiesen su retirada se le reunieron en el curso de la noche, no sin ser perseguidos tenazmente por los independientes.
Las avanzadas del fuerte cuerpo de ejército mandado por Allende llegaban al Monte media hora después que los realistas, y sostuvieron por largo rato un vivo fuego de fusilería.
Los dos ejércitos pasaron el resto de la noche del 29 ocupando el ancho bosque, al lado el uno del otro, y en espera del nuevo día para venir á las manos. A las ocho de la mañana del 30 de octubre avanzó una columna de independientes por el camino real trabando recio combate con la vanguardia de caballería realista, la que logró rechazar á sus contrarios haciéndoles varios "muertos, heridos y prisioneros. En estos momentos Trujillo recibió un oportuno refuerzo enviado por Venegas, consistente en dos cañones de á cuatro dirigidos por el teniente de navio Ustaríz, cincuenta voluntarios mandados por el capitán don Antonio Bringas y trescientos treinta mulatos y criados de las haciendas de don Gabriel de Yermo y de don José María Manzano, armados de lanzas; refuerzo que aprovechó desde luego el jefe realista ordenando la colocación de los dos cañones en un lugar ventajoso, cubriéndolos con ramas á fin de ocultar su vista al enemigo y aumentar su confianza para que avanzara hasta ponerse al alcance de sus tiros. Eran las once de la mañana cuando una fuerte columna de ataque se movió en medio de imponente gritería con dirección al centro del ejército realista. Formábanla cinco compañías del regimiento de Celaya, todo el regimiento provincial de Valladolid y el batallón de Guanajuato, que servía cuatro cañones que iban á la cabeza de la columna; la retaguardia y los flancos iban cubiertos por los regimientos de caballería de Pátzcuaro, Reina y Príncipe y por un gran número de infantes y soldados de caballería, mal armados y en verdadera confusión: todas estas tropas se pusieron á las órdenes inmediatas del intrépido Abasólo , que dio en esta jornada pruebas decisivas del más heroico valor '
La columna acometió con brío la fuerte posición de los realistas y se sostuvo bizarramente ante el continuo fuego de los cañones dirigidos por Ustariz y los nutridos disparos de la disciplinada infantería de Tres-Villas. Las masas de indios mal armados que cubrían los flancos de la columna de ataque fueron blanco de la artillería realista que barría filas enteras, sin que los demás flaquearan ni dieran muestras de retirarse fuera del alcance de las mortíferas descargas; antes bien, enardecidos por aquella matanza se lanzaron varias veces contra las posiciones enemigas resueltos á tomar la artillería, descendiendo otras tantas mermados por el certero fuego de los realistas.
Allende, que dirigía la batalla por parte de los independientes y á quien mataron uno de los caballos que montó durante aquella acción memorable, hubo de comprender que no le era fácil forzar el paso, y comunicando con rapidez sus órdenes dispuso ocupar las alturas cubiertas por el bosque que dominaban la meseta en que se habían hecho firmes los realistas, con el propósito también de cortarles la retirada por el camino de México. En cumplimiento de esta acertada disposición el bravo Jiménez, al frente de tres mil hombres y llevando uno de los cañones, desfiló violentamente por caminos de vereda, y al llegar á una de las alturas rompió vivísimo fuego sobre la izquierda de las posiciones de Trujillo, logrando desmontar á poco una de las piezas de la artillería española y demostrando á aquél de esta manera la torpe elección que había hecho ahi situarse en la dominada meseta.
Este ataque inesperado y brusco desconcertó por lo pronto al jefe realista, pero reponiéndose rápidamente cambió el orden de defensa: para hacer frente á la gruesa columna que había dado principio al combate y que luego se desplegó en línea de batalla, situó á la izquierda al capitán Bringas con los voluntarios, los lanceros de Yermo y varias compañías de Tres-Villas; á la derecha al teniente don Agustín Iturbide con otras compañías del mismo cuerpo y una del provincial de México, y en el centro, cubriendo el camino, á varios piquetes con una pieza de artillería al mando del mayor Mendívil, quien, herido desde el principio de la acción, continuaba, sin embargo, sereno y firme en el campo de batalla. Las pocas tropas que le quedaban libres fueron destinadas á hacer frente á la división de Jiménez, que ganaba terreno á cada momento y por entre la espesura del bosque avanzaba sobre la retaguardia de los realistas, sosteniendo un fuego terrible y certero.
No tardaron ambas fuerzas en encontrarse, y entonces se trabó entre los altos pinos una lucha sangrienta y obstinada, peleándose con igual ardor por ambas partes y supliendo la decisión de los independientes su falta de pertrechos y de buen armamento. La acción se había hecho general y el espacio ocupado por los realistas se iba reduciendo sensiblemente al empuje del círculo de fuego que los rodeaba. El capitán Bringas estaba herido mortalmente; Mendívil recibió otras heridas que le obligaron á abandonar su puesto; varios oficiales y centenares de realistas cubrían la meseta revolcándose en su sangre, y los soldados, cuyo desaliento era ya visible, empezaron á desmayar hasta el grado de obligar á Trujillo á que oyese las proposiciones de avenimiento que sin cesar le dirigían los independientes en medio del estruendo del combate. Se prestó al fin á ello, pero para cometer la más torpe de las vilezas, pues fingiendo oir á los que se presentaron como parlamentarios, dejó que se acercasen, y antes de que terminaran de hablar mandó hacer fuego á quema ropa, cayendo muertos muchos de entre ellos. Esta infame felonía, que había de ser condenada á poco en la misma España y de la que hizo mérito el jefe realista en su parte al virey, encendió terrible furor en los independientes que redoblaron sus esfuerzos para dar término al combate.
Caía ya la tarde; los realistas en gran número yacían por tierra muertos ó heridos; el parque se había agotado por los que todavía peleaban; el único cañón que les quedaba y con el que Mendívil defendiera con tanto valor el camino real , acababa de caer en poder de los independientes, que lo disparaban contra ellos: entonces Trujillo, reuniendo los restos de sus tropas, emprendió violenta retirada hacia México abriéndose paso con el arrojo de la desesperación por entre las masas de combatientes que le cercaban. Tenazmente perseguido por la caballería, su retirada se convirtió al llegar á la venta de Cuajimalpa en presurosa fuga; allí le abandonaron casi todos los que sacó del campo de batalla, y cuando pernoctó en Santa Fe llevaba en su seguimiento cincuenta soldados y algunos oficiales, entre los que se hallaba don Agustín de Iturbide. Con este triste séquito, resto único de la brillante división que algunos días antes puso á sus órdenes el virey, llegó el 31 á Chapultepec, desde donde envió el inexacto parte de su derrota Abandonado por Trujillo el campo de batalla y terminada la persecución que con tanto éxito emprendió la caballería, las huestes vencedoras hicieron retemblar el Monte de las Cruces con sus cantos de victoria; numerosas y rojizas luminarias alumbraban el sitio de la lucha, guiando á los que sepultaban los cadáveres y recogían los numerosos despojos de los vencidos realistas.
Calcúlase que éstos perdieron dos mil hombres y los independientes un número algo mayor. Tal fué la batalla del Monte de las Cruces que Venegas fingió estimar como una victoria para prevenir los fatales efectos que pudiera producir la completa derrota de Trujillo en los habitantes de Nueva España. Pero si se considera la indisciplina del ejército independiente; si se tiene en cuenta que entre aquellas numerosas masas apenas habría mil hombres medianamente armados; si se recuerda que la división realista poseía todos los elementos de guerra de que sus contrarios carecían y que fué totalmente destruida, y se tiene presente el valor heroico de los indios , arrojándose á pecho descubierto contra los cañones y las filas de las tropas del rey, este combate será de justa y eterna fama en México, y su nombre timbre de legítima gloria para los descendientes de los que en ese tormentoso día pelearon por la independencia de la patria.
Grande fué la consternación de los partidarios del dominio de los españoles desde que se supo en México que Hidalgo á la cabeza de numeroso ejército había entrado en Toluca; la ansiedad fué en aumento durante dos días, y el pavor que de aquellos se apoderó cuando la noticia de la derrota completa de Trujillo se difundió por la vasta capital fué inmenso y el terror profundo. La ciudad entera se conmovió con la nueva de que el ejército de la independencia, vencedor en las Cruces, acampaba á una jornada de distancia. La gente acomodada ocultaba sus tesoros y alhajas, recordando lo que un mes antes había sucedido en Guanajuato, ó los llevaba á la Inquisición y á los conventos de frailes y de monjas; las familias de los españoles, para quienes era más grave y seguro el peligro , mudaban de habitación con el objeto de escapar á las denuncias del pueblo ó de sus enemigos, en tanto que en iglesias y monasterios se hacían rogativas por el exterminio de los herejes. El virey, por su parte, adoptó rápidamente las medidas militares que exigía la defensa de la capital.
Desde que tuvo noticia de la llegada de Hidalgo á Toluca situó la tropa de que podía disponer en las calzadas de Bucareli y la Piedad y alguna artillería en Chapultepec. Al saber el desastre de Trujillo reforzó la línea militar establecida en las calzadas del Poniente, conñó el interior de Ja ciudad al regimiento del comercio, escuadrón urbano, cuerpos de fairiolas distinguidos
de Fernando VII, y á una fuerza formada de quinientos sirvientes armados de don Gabriel Yermo y del hermano de éste, puesta por ambos á disposición de la autoridad superior, y no seguro Venegas con los tres mil hombres á que ascendían todas estas tropas, envió orden á Calleja para que apresurase su marcha de Querétaro á la capital; dispuso que inmediatamente se trasladara á ésta el regimiento de Toluca, que se hallaba en Puebla, é hizo salir violentamente para Veracruz al capitán de navio Porlier con la misión de reunir las tripulaciones de los buques que allí estuviesen y de conducirlas á México.
Empero, el camino de la capital estaba abierto á los independientes, y el terror y el desasosiego eran intensos en los habitantes de México á pesar de la serenidad y presencia de ánimo de Venegas: cualquiera polvareda que se percibía por el rumbo del poniente causaba inmensa alarma; corrían los soldados á sus puestos, cerrábanse con estrépito las puertas y todos creían que era llegada la hora del asalto. En la tarde del 31 de octubre un coche seguido de una pequeña escolta que traía bandera de parlamento bajó por el camino de Cuajimalpa conduciendo al teniente general don José Mariano Jiménez y al mariscal Abasólo, portadores de un pliego cuyo contenido no se dio á conocer al público, pero que debió de ser sin duda una intimación hecha á Venegas por el generalísimo Hidalgo. Los parlamentarios fueron detenidos por el oficial que mandaba la guardia de Chapultepec , y el pliego que traían se envió al virey, quien nada contestó, ordenando tan sólo que se hiciese volver á Jiménez y Abasólo, y aun se dijo entonces que previno hacer fuego sobre ellos si no se marchaban inmediatamente.
En aquellas críticas circunstancias acudió Venegas á exaltar el fanatismo religioso del pueblo bajo y de las otras clases sociales. Era vieja costumbre en las grandes calamidades públicas trasladar con gran pompa á la Virgen de los Remedios desde su santuario á la capital. En cumplimiento de lo dispuesto por el virey la imagen ya dicha fué llevada procesionalmente la misma tarde del día 31 á la catedral metropolitana, y aquel alto funcionario, poniendo á sus pies el bastón de mando y ciñéndole una banda, la declaró generala de las tropas realistas. «La devoción á la Virgen de los Eemedios, dice Alamán, creció entre los realistas, y asi como se habían levantado batallones de Fernando VII, se alistaron las señoras de aquel partido á invitación de doña Ana Iraeta, viuda del oidor Mier, con el nombre de patriotas marianas para velar por sus turnos á la santa imagen , y , como en los patriotas, entibiado después el entusiasmo, ya no se hacía el servicio personal, sino que se pagaban las guardias, sucedió lo mismo entre estas señoras, proporcionando así un modo honesto de vivir á varias mujeres piadosas que por una limosna reemplazalan en las guardias á las señoras á quienes el turno tócala.
El ejemplo de la capital fue seguido por las ciudades y pueblos de las provincias, y bien presto fueron proclamadas generalas y ataviadas con la banda y bastón de este empleo, las imágenes de más especial culto en cada una de ellas. El virey quiso también trasladar á México la imagen de Guadalupe, pero no se verificó por la resistencia del cabildo de la Colegiata, habiendo cesado después el motivo que había hecho pensar en esta medida.» La invención de Venegas no produjo efectivamente más resultado que inculcar estrafalarias ideas religiosas en la multitud, pues la Madre del Dios de los cristianos, como atinadamente lo hace observar un distinguido escritor 2, invocada por los independientes como protectora de su causa con el nombre de Virgen de Guadalupe, y escogida por los realistas como patrona con el de Virgen de los Remedios, llegó á ser considerada como una de las diosas que en la lUada ayudan alternativamente á griegos y troyanos. Sin embargo, la invocación de Hidalgo fué el objeto de un gran pensamiento político : el Padre de la independencia, que debía apoyarse en la masa de la población indígena, comprendió que la sola idea de libertad era demasiado abstracta para arrastrar tras sí las muchedumbres; preciso era unirla con la idea religiosa y adoptar un símbolo que representase á la vez las creencias de la multitud y el sentimiento de nacionalidad: la Virgen de Guadalupe había sido dada á los mexicanos por sus dominadores del siglo xvi como una compensación de su libertad perdida; el audaz reformador del siglo xix la entregaba á sus compatriotas como un signo de patria , de victoria y de protección omnipotente. La invención de Venegas, por el contrario, nada representaba; era una imitación desgraciada de lo que acababan de hacer los independientes; para las clases elevadas fué un pretexto más de gazmoñería y para el pueblo un altar contra otro altar.
Más desacertado fué el proceder de Venegas al premiar, algunos días después, á los realistas que ombatieron en la célebre jornada de las Cruces. Firme en su propósito de rebajar la importancia de la completa derrota sufrida en ese punto por el torpe é indigno Trujillo, concedió al regimiento de Tres Villas, que ya no existía, un distintivo consistente en un escudo que debían usar los miembros del mismo, y con tal motivo decía en una proclama á esos imaginarios soldados, pues todos ellos dormían ya en paz bajo los pinos del siniestro bosque: «En ese distintivo tenéis grabados los blasones de vuestra felicidad, de vuestro valor y de vuestra gloria. Tened siempre presente el gran precio de esta adquisición : que el Monte de las Cruces sea vuestro grito guerrero en el momento de vuestros futuros combates y la voz que os conduzca á la victoria: temed oscurecer por un porte menos digno la fama que conquistáis á tanta costa.
El énfasis de esta proclama y la ausencia del regimiento premiado, cuyo exterminio era sabido por toda la ciudad, proclamaban mejor y más alto el desastre de los realistas que el parte más exacto ó las francas declaraciones que pudiera hacer la Gaceta de México.
El mayor Mendívil fué premiado con el empleo de teniente coronel, el teniente don Agustín de Iturbide con el ascenso á capitán y la compañía de Huichapam del batallón de Toluca, y al capitán Bringas, muerto el 3 de noviembre de resultas de la herida que recibió durante la acción, se le hicieron solemnísimas exequias. Hidalgo, con la vanguardia en Cuajimalpa y el grueso de su ejército acampado sobre el campo de batalla, permanecieron inactivos el 31 de octubre y el 1." de noviembre de 1810. Fueron estos dos días de grande angustia y extremo sobresalto para los moradores de la capital, y especialmente para los españoles en ella avecindados. Hemos visto que los parlamentarios enviados por el jefe de la revolución no fueron admitidos por Calleja, y creyóse en México que su regreso al campamento sería precursor inmediato del avance de las huestes independientes. Redoblóse, pues, la vigilancia; reforzáronse los puestos militares; durmieron los soldados con el fusil al brazo, y más de una vez falsas alarmas hicieron creer á los defensores armados y á los habitantes pacíficos que el enemigo estaba á la vista, pronto á embestir la ciudad. Pequeñas partidas de éste, bajando la ladera que muere en el valle por el rumbo del poniente, se habían diseminado por los risueños pueblos de Tlalpan, Coyoacán y San Ángel, siendo aprehendido por el alcalde indígena de la segunda de estas poblaciones el jefe independiente Centeno, quien llevado á la cárcel de corte y sometido á juicio fué ahorcado tres meses después, lo mismo que el mariscal de campo don José Antonio Martínez, antiguo sargento del regimiento de la Reina, que cayó prisionero de los realistas en el combate de Acúleo.
El 2 de noviembre súpose en México que Calleja y Flon reunidos avanzaban á marchas forzadas al socorro de la capital, y poco después llegó la noticia de que el
numeroso ejército independiente, levantado su campo, retrocedía lentamente hacia Toluca. Se alejaba el peligro; los ánimos espantados y presa del terror más profundo durante varios días comenzaron á serenarse, y la ciudad, capital del vireinato, como si despertara de opresora pesadilla, respiró más libremente y pronto recobró su aspecto normal y su animado y bullicioso movimiento.
Así era en efecto: los vencedores en el Monte dé las Cruces, después de contemplar el esplendoroso valle desde las cimas del sudoeste y de vislumbrar en lontananza el dilatado caserío y las enhiestas torres de la capital, emprendían su retirada por el mismo camino que habían seguido en su movimiento de avance…”México a través de los siglos, Tomo III “Guerra de Independencia” pp140-145
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